Historia y vestimenta del Carnaval Ayacuchano

Historia y vestimenta del Carnaval Ayacuchano. El Carnaval Ayacuchano es una festividad tradicional celebrada por tres días consecutivos durante el mes de febrero en el departamento de Ayacucho, ubicado en la sierra sur del Perú.

Mira Aquí el programa oficial de Carnaval Ayacuchano 2017

El Carnaval ayacuchano, si bien se trata de una festividad asimilada de la cultura europea – occidental, ha sido enriquecida por elementos autóctonos, logrado conformar una identidad propia, donde confluye la dulzura y picardía del pueblo quechua, con la elegancia e ingenio del mestizo.
 
 El festejo da comienzo cuando ingresan las carrozas o carros alegóricos, entre los que llega “Ño Carnavalón” (Niño Carnavalón), adaptación local del “Rey Momo”, personaje ficticio que preside el carnaval. Barrios, asociaciones, instituciones y familias enteras, pasean orgullosas por calles y plazas, actuando, bailando o entonando alegres melodías compuestas para la ocasión. Durante su paso se oyen creativas canciones en quechua, acompañadas con música de quenas, charangos, mandolinas, cencerros, pitos y tinyas.

El público se divierte entre bailes y talco. En medio de comidas y bailes se pueden ver diferentes prácticas andinas y concursos típicos de carnaval como el «Huaracanacuy» (danza tradicional), “Tumbamonte” (derribar un árbol cargado de reaglos, a manera de piñata), «Seqollo” (prueba de resistencia al dolor),»Lucheo» (combate cuerpo a cuerpo), irrumpiendo al final de la noche los temidos «Manteros», que no es más que un cortejo amoroso que simula la antigua práctica del rapto de mujeres.

La fiesta continúa hasta el martes anterior al miércoles de ceniza, fecha en que el “Ño Carnavalón” escucha la lectura de su testamento y “muere” con la tácita promesa de resucitar el próximo año. Terminada la fiesta, comienza inmediatamente el período de recogimiento, hasta la Pascua, respetando las pautas de la religión católica.

 El traje de gala que usado durante las festividades resalta por su elegancia. Las damas ayacuchanas deben observar especial cuidado en los detalles, incluso en la ropa interior. La tradición exige las partes íntimas y los muslos se cubran pudorosamente con  calzones bombachos largos; mientras que el moderno sostén es sustituido por la “combinación”, una camisola con discreto escote y sin mangas, que se extiende hasta la altura de las rodillas. Como si el calzón y la combinación no ofrecieran ya suficiente protección su intimidad, es obligatorio que la dama lleve encima de estas prendas una o más enaguas o fustanes, las cuales no solo se encargan de ocultar todavía más el cuerpo, sino también de ensanchar las caderas y dar vuelo a la pollera.
 
Estas anticuadas prendas íntimas se confeccionan en algodón o raso, luciendo indefectiblemente un color blanco inmaculado en señal de pureza; aunque los preciosos encajes y bastillas que las adornan ofrecen un guiño de romanticismo y tenue sensualidad, cuya visión es un secreto tesoro, accesible solo para el afortunado que logre desvestir a la dama.
 

Las prendas exteriores básicas son una blusa blanca de manga larga y cuello cuadrado, confeccionada en seda o raso y adornada con delicados encajes, cintas y labrados; y una pollera generalmente de color blanco, confeccionada en terciopelo o razo, con pretina ancha y vuelo relativamente amplio. El largo de esta prenda puede extenderse hasta la altura de los tobillos (para las más conservadoras); o hasta justo debajo de las rodillas (exclusivo para las jovencitas en edad casadera, a quienes se les permite la “audacia” de mostrar solo las pantorrillas). La falda jamás podrá ser más corta, pues la dama se arriesgaría a la “indecencia” de exhibir el borde inferior de sus larguísimos calzones.

Aun llevando puestas todas las prendas anteriormente descritas, una dama no podrá considerarse vestida con el traje típico ayacuchano, si carece de los siguientes accesorios o complementos:

Un manto o lliclla de lana de carnero o alpaca, con diseño de franjas en colores vivos (fucsia, naranja, verde limón, azul eléctrico) que descansa sobre la blusa, rodeándola como una ancha banda; o cubriendo el cuello y la espalda como una pequeña capa. Además de ayudar a la delicada blusa a proteger del frio el torso de la dama, sus colores intensos contrastan con el blanco puritano de las demás prendas, dándole un toque de alegría y coquetería a la vestimenta.

Un hermoso sombrero de paja de color blanco, hueso o beige muy claro y adornado con una cinta negra de seda, que puede ir rematada con un coqueto moño. Además de proteger el rostro de la dama de las inclemencias del sol serrano, cumple una función decorativa.

Una pañoleta de seda de color vivo se lleva atada a la cintura a modo de faja. Se dobla a la mitad, formando un triángulo invertido, el cual reposará sobre la falda a la altura del pubis, como si se tratara de un pequeño delantal. Algunos osados ven en esta prenda una velada alusión a un taparrabo o calzón corto.

El cabello de la dama ayacuchana suele ser extremadamente largo, grueso y abundante, haciéndolo especialmente propicio para el trenzado. Se suele peinar con raya al medio, dejando caer a cada lado del rostro dos hermosas trenzas adornadas con delicadas cintas de seda.

El calzado es el único ítem que ha cedido a los usos que impone la modernidad. Se utilizan sofisticados zapatos de tacón alto confeccionados en charol o cuero negro, con empeine expuesto y sujetos al tobillo con una delicada correílla.

Dado que el resto del cuerpo permanece pudorosamente cubierto con varias capas de ropa, la sensualidad está reservada para pequeños momentos y sutiles detalles. Las jovencitas en edad casadera utilizan el rítmico movimiento del baile para exhibir casi por descuido las enaguas que habitualmente ocultan bajo la pollera; pudiendo alzarlas ligeramente para mostrar en todo su esplendor las pantorrillas estilizadas por los zapatos de taco alto, que a la luz de las circunstancias, resulta una verdadera arma de seducción.

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